La Oración de Adán de San Víctor sobre la Presentación de Jesús en el Templo, Luz de las Naciones “Ha llegado el Día sagrado, el Día de nuestros cánticos de alegría, en que nuestros corazones se iluminan”: “Ha llegado el Día santo, el Día de nuestros cánticos de alegría, en el que nuestros corazones se iluminan. Día de gozoso esplendor que recuerda la Fiesta dedicada a las alabanzas de la Madre de Dios. Que la voz eleve sus modulaciones, que el alma responda en lo más íntimo, y no dejes estéril el himno de alabanza. Se canten alabanzas a Dios, y sea glorificada en Él su augusta Madre. Gloriosa en dignidad, compasiva en caridad, su Nombre inspira compunción. Al honor de la Madre une el pudor virginal, resplandeciente en la cumbre del Cielo. Una zarza estuvo una vez en llamas, y sus fuegos no la consumieron, ni alteraron sus verdes hojas. Así, bajo las luces del Espíritu, sin ningún contacto humano, la Virgen dio a luz a un Dios. Ella es la Fuente sellada, el Jardín cerrado donde prosperan felizmente las semillas de las virtudes. Ella es la Puerta cerrada que, en un misterioso concilio, Dios mantuvo cerrada a los hombres. Ella es el Vellocino que atrae el rocío, el Campo fértil del que se exhala el perfume que perfuma todas las regiones de la tierra. Ella es el Renuevo que produce la Flor, la Tierra que germina al Salvador, para la salvación de los fieles. Es Ella quien fue llamada en figura, la Montaña, la Fortaleza, el Palacio, el Templo, el Lecho Nupcial y la Ciudad. Así, Ella sola resume la sublimidad de todos los Nombres elegidos. Su oración triunfa sobre el pecado, su Nombre ahuyenta la tristeza, su Perfume supera el aroma del lirio, sus Labios prevalecen dulcemente sobre la miel. Más delicioso que el vino, más blanco que la nieve, más rosado que la rosa, más brillante que la luna con el esplendor del verdadero Sol. Emperatriz de los cielos, Triunfante del inframundo, Camino seguro del Cielo, objeto de nuestra fiel esperanza, estamos tan lejos de Ti, atráenos hacia Ti y reúnenos con la familia de Tus hijos. Madre buena a quien invocamos, concédenos lo que deseamos, no desprecies a los pecadores, no desprecies a tus clientes; nuestros pecados nos preocupan; pero en Ti confiamos: preséntanos a tu Hijo”. Amén

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